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“Encuentros" de León Gieco
Olor a plastilina
“El maestro deja una huella para la eternidad; nunca puede decir cuando se detiene su influencia” (Henry Adams)
Cada mañana, más de 2 millones de maestros en México se levantan con una intención clara: estar presentes para sus alumnos en los más de 251,000 centros escolares, llegar puntuales a las aulas —ya sea por la mañana o por la tarde— dispuestos a acompañar, guiar y enseñar.
Sin embargo, más allá de los horarios y planes de clase, hay en muchos de ellos algo más profundo que los mueve: su propósito.
En un país donde muchas veces caemos en generalizaciones, hoy queremos detenernos en lo particular. Porque cada maestro es único e irrepetible, y detrás de cada uno hay una historia, una vocación, una entrega que merece ser reconocida.
Hablamos de aquellos maestros que no solo enseñan por cumplir con lo administrativo, lo técnico o lo curricular, sino que lo hacen con un sentido profundo de su profesión, con pasión, vocación y la misión de aportar a su comunidad. Esos maestros que han encontrado su Ikigai.
El valor de enseñar con el alma
Un maestro con propósito no entra al aula solo con libros o presentaciones: entra con el corazón dispuesto, la mente abierta y el alma encendida. La docente sabe que cada niña y cada niño importa, y que no está formando únicamente a los ciudadanos del futuro, sino a los ciudadanos del presente; niños que sienten, piensan, viven y necesitan adultos significativos que los miren, los escuchen, los impulsen y que sean sus referentes.
Son estos maestros los que dejan huella. Los que hacen de la educación una experiencia viva. Y muchas veces lo hacen en silencio, sin reflectores, pero con un impacto que dura toda la vida.
El motor invisible: el propósito o Ikigai
Tener un propósito claro —un Ikigai— no solo orienta la práctica docente: la transforma. Un maestro que sabe para qué enseña encuentra motivos incluso en medio de los desafíos: una escuela sin recursos, un grupo difícil, un contexto complicado. El propósito se convierte en brújula, en energía, en esperanza.
Y es que los maestros con propósito comparten cuatro valores que hacen la diferencia en el aula: